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Pertenencia e integración (2)

No hay nada que dé más fuerza a la persona que la sensación de pertenencia a un grupo. Esto lo hemos mamado desde la más temprana edad, al sentirnos miembros de una familia. La seguridad que nos brindan principalmente los padres la seguimos buscando en cada grupo al que vamos cuando somos adultos.

Creo que el sentido de pertenencia conforma el cien por cien del desempeño del empleado y, además, representa el setenta por ciento del funcionamiento de la empresa, opinaba la coordinadora de Recursos Humanos de una conocida multinacional. Cuando leemos sobre cómo crear ese sentimiento en las empresas se habla de la motivación, de una buena comunicación, de la escucha activa. Para motivar hay que dar explicaciones, no ánimos, y buscar que las acciones se correspondan con lo que se ha dicho, o sea, que sean coherentes. Necesitamos escuchar activamente, es decir, integrar a la personas en nuestra comunicación.

¿Cuántas veces hablamos sólo para transmitir un mensaje? En esta acción, inconscientemente dejamos fuera a nuestro interlocutor, ya que al pensar en transmitir lo hacemos como  si nuestra acción comunicativa la efectuara un aparato. Transmitir. La palabra está de moda y se repite desde la televisión hasta los más altos estrados. Proviene de la Semiótica, que es el estudio de los signos y su funcionamiento. Para ella, el proceso de la comunicación es la transferencia de un mensaje de A a B, sintetizando, entre el transmisor y el receptor. Para mí, un transmisor y receptor exentos de humanidad. Es decir, transmitir es solamente el envío de datos, pero sin que necesariamente haya una respuesta. En el caso de las personas, la comunicación implica emotividad, simpatía. Transmitir un mensaje no implica que haya una respuesta emotiva.

Los seres humanos comunicamos con nuestro cuerpo y con nuestras emociones, no lo podemos obviar por mucho que les gustara a algunos. Si sólo fuéramos transmisores de un mensaje, reduciríamos la comunicación a un 7% de la totalidad, según el profesor Albert Mehrabian. Éste aseguró en los años setenta del siglo pasado que ese 7% era el porcentaje destinado a las palabras, a nuestra idea, y que el 93% restante está dividido entre la voz y el cuerpo[2]. Y,  evidentemente, ambos incluyen la emoción. Al comunicarnos con los demás usamos nuestro cuerpo y nuestra voz emocionados, lo queramos o no. Al incluir éstos, al hacerlos presentes, nuestro interlocutor se siente parte de la comunicación y, seguramente, integrado. Es por ello por lo que se han inventado los emoticonos y se usan tanto en la mensajería instantánea.

Sea consciente o inconsciente, nuestra comunicación es emocionada. Al conectarnos con alguna idea o al mirar a nuestro interlocutor o al público, las emociones y los sentimientos afloran y permiten que el mensaje llegue de una forma más precisa, más coherente. Esto lo hacemos cuando nos hablamos a nosotros mismos también, y es mucho más evidente cuando tenemos delante (o al teléfono) a los receptores. Su presencia me obliga a cambiar e incluir estas competencias; no solo palabras, sino también cuerpo y voz.

Evidentemente, cuando soy consciente de esta condición, mi comunicación tiene que cambiar. No puedo abandonarme únicamente al mensaje y del resto lavarme las manos. Tengo que ser más consciente de que el otro existe y de que va recibir la totalidad de mi comunicación. Y si hago consciente la existencia del otro, éste se siente integrado.

De esa forma, llegamos al estado de la Inteligencia Relacional en el ámbito empresarial, primer estadio antes de la Inteligencia Colaborativa.

[2] Se estima que solo el 7% de la información se atribuye a palabras, mientras que el 55% es Lenguaje Corporal (gestos, expresiones, apariencia, mirada, posturas, etc.) y el 38% a la voz (entonación, resonancia, tono, etc.). Albert Mehrabian, profesor de la Universidad de California en Los Ángeles.

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