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La actitud lúdica en la vida ¿Sabemos Jugar? (III)

En el juego, las personas aprendemos también la importancia de tener modelos de identificación personales y normativos (¿A quién/es me quiero parecer, qué/cómo debo hacer para ser como ellos?). Jugar es casi siempre fijarse en otros. Jugar es salirse del ombligo y mirar allende.

También es un espacio en el que aprendemos el valor de los valores, el valor de esos intangibles que, en el ser humano, constituyen siempre los pilares de su personalidad.

Desarrollamos el valor de la constancia y de la repetición, la exigencia de la destreza, la importancia de aceptar los límites. Aprendemos el valor de saber encajar la frustración al no siempre conseguir los resultados deseados, merecidos o esperados; la destreza de saber esperar, esto es, a tener paciencia, a saber post-poner la recompensa de una conducta realizada, incluso a no recibir los elogios o reconocimientos que merecidamente desearíamos tener. Y por esa vía, aprendemos a identificar y elegir las razones y motivaciones que nos guían. ¿Para qué y para quién juego?, ¿Quién/qué quiero devenir y conseguir? ¿A quién me quiero parecer?

Algunos podrán decir que ellos, cuando juegan, no se complican tanto la vida. Juegan y punto final. Y tendrán razón, pero cuando jugamos las personas nos jugamos muchas cosas. Y sí no, cómo explicamos la pasión que despierta el deporte, la movilización de recursos que generan las competiciones, el compromiso por los colores de nuestros equipos, los arrebatos afectivos que observamos, con disgusto, en los padres cuando sus hijos no dan, a su juicio, lo mejor de sí en las competiciones u otras actividades.

Jugar es siempre el empeño de devenir

El juego también incide en la dimensión del vínculo. Uno siempre juega consigo mismo y con otros. Incorpora los estilos propios de su modelo de ubicarse en su vida con la de otros: cuándo juego, ¿lo hago para divertirme (ámbito del placer) o juego exclusivamente para ganar? (ámbito del narcisismo). El otro, ¿es un compañero de juego (ámbito del vínculo) o es siempre un adversario con el que me mido? (ámbito del poder). En los juegos de equipo, ¿tengo que ser siempre el protagonista o puedo serlo sólo cuando corresponda? ¿En qué lugares psíquicos nos posicionamos cuando jugamos? ¿Qué significa no acertar, o perder, o no llegar, o simplemente no saber hacer? ¿Qué registros/emociones se movilizan en mí?, ¿qué tipo de conversaciones iniciamos al jugar?, ¿cómo me ubico en relación con los otros?

En el ámbito de lo cognitivo, jugar es sobre todo saber pararse a pensar. Saber tomar distancia suficiente para mirar en perspectiva lo que estamos haciendo. Y en ese ejercicio de reflexividad, generamos espacios lúdicos de intimidad. Aprendemos el goce de las narrativas porque cuando nos divertimos, contagiados de la experiencia, (nos) la contamos.

En definitiva, jugando desarrollamos la estructura y las señas de identidad de nuestra personalidad más genuina. Jugar lúdicamente es la mejor forma de desarrollar la musculatura de la confianza y de la auto-estima. Es adquirir el hábito de una humilde exploración de sí mismo.

Jugar, reírse, es una tarea muy seria. No es asunto baladí. La actitud lúdica, un ingrediente necesario en nuestras vidas.

Así pues, ¿Jugamos mucho en nuestras vidas, o por el contrario, jugamos mucho con nuestras vidas?

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