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La actitud lúdica en la vida. ¿Sabemos jugar? (I)

Aprender a desarrollar actitudes lúdicas en nuestra vida, es sin duda, uno de los ingredientes necesarios para disfrutar de una vida lograda.

Y tener una actitud lúdica supone que previamente hemos aprendido a saber jugar. Propiamente, lo más correcto sería decir que nos han enseñado a saber jugar, porque como en todo lo referente a lo humano, a jugar se aprende siempre de la mano de otros, esto es, desde el ejemplo que otros nos ofrecen a modo de identificación/modelo.

¿En qué consiste eso de “saber jugar en la vida”? ¿Qué aspectos o dimensiones de nuestra identidad pone en juego el juego? ¿Qué ámbitos de posibilidades permite y ofrece? ¿Qué nos perdemos si no nos enseñan a jugar, o si no nos atrevemos a desplegar una actitud lúdica en nuestras circunstancias?

El juego es una actividad, un espacio y un tiempo (físico y psíquico) en el que las personas articulamos y damos forma a muchos aspectos de nuestras identidades. Dicho de otra manera, en el juego y mediante la actividad lúdica que le acompaña, adquirimos y desplegamos nuestras capacidades más personales en el ámbito de nuestra corporeidad (dimensión física y/o desarrollo psicomotor), de nuestro mundo afectivo (dimensión emocional), de nuestro desarrollo cognitivo (dimensión mental), de nuestra modalidad de vincularnos (dimensión interpersonal e intersubjetiva) y de nuestra dimensión de trascendencia (dimensión espiritual y/o valores).

Jugar es mucho más que un sólo pasarlo bien. Jugar es una actitud, un espacio transicional (D. Winnicott) que inicia los resortes de una trayectoria personal.

Mediante el juego conformamos nuestro estilo genuino de estar y de vivir nuestra vida. En el juego, nos jugamos el retrato de nuestra singularidad.

A aprender a jugar, lo hacemos siempre desde y en compañía de otros. En primer lugar, con la madre, y posteriormente con las figuras significativas y significantes (aquellas que proveen de sentido nuestras acciones) que, con su afecto y estímulo, palabras, miradas y gestos, nos incitan a emprender la conquista de nuestros retos infantiles.

Y digo bien conquista, porque desde la perspectiva del niño o del que empieza a aprender una nueva actividad, la realidad es sobre todo un espacio y un tiempo de exploración y descubrimiento, un modo de ponerse a prueba. El niño cuando juega, explora, descubre, se confronta con una realidad que le es siempre novedad.

Jugar, a cualquier edad, es un proceso de descubrimiento. Un proceso de progresiva conquista. Un atreverse a hacer aquello que inicialmente no sabemos/no podemos/no intuimos que podemos hacer, pero que deseamos.

En el juego, el deseo es el primer aspecto a generar y a educar por parte de otros. El niño explora en primer lugar físicamente su entorno, sus objetos. Aquellos que le son presentados. Y en ese hacer progresivo, de la mano de sus padres, va articulando, va poniendo forma y fondo, al universo de posibilidades que los otros le presentan y le enuncian como deseables.

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