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Ébola: Más que un virus

Peter Piot, un joven científico belga, descubrió el virus del ébola en 1976. Curiosamente basó su nombre en el nombre de un río en Zaire – la actual República del Congo- , el país donde fue descubierto. Piot es ahora el director del Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, desde donde continua su lucha contra la enfermedad. “No deberíamos olvidarnos de que esta es una enfermedad de pobreza, de sistemas de salud disfuncionales y de desconfianza”, nos recuerda.

Las estadísticas relacionadas con esta catastrófica epidemia que ahora afecta a África occidental son demoledoras: se estima que alrededor de 5.000 personas han muerto (la cifra real es probablemente mucho más alta), con un número total de casos estimado en unos 10.000. La tasa de mortalidad de este virus letal varía entre el 90% y el 40%, dependiendo de  la calidad de los tratamientos disponibles. Pero estas cifras no reflejan todos los ángulos de esta historia.

Axel M. Addy es el ministro de Comercio e Industria en Liberia, el país más duramente afectado por el ébola.  Nos habla del devastador efecto que el virus está teniendo sobre su país.

La mayoría de las escuelas permanecen cerradas, la gente tiene demasiado miedo para ir a los hospitales , de manera que las mujeres dan a luz en casa y aquellos que sufren de enfermedades infecciosas como la malaria no piden la asistencia médica que tan desesperadamente necesitan. Hay restricciones sobre los desplazamientos y la economía del país está casi paralizada.

Liberia importa el 80% de lo que consume, pero los importadores están paralizados por una mezcla de “shock y terror”. Los alimentos básicos escasean,  llevando a una inflación rampante y compras compulsivas inducidas por el pánico. La ocupación hotelera es sólo del  5% ya que los extranjeros evitan el país, literalmente como si de la plaga se tratara. “Estamos siendo castigados por el estigma”, afirma Addy.

Pero quizás la consecuencia más triste de esta enfermedad es la ruptura que supone entre comunidades y sus rituales. “Es muy difícil decirle a una madre que no debe tocar a su hijo moribundo… Esto es aún más difícil en comunidades rurales donde los entierros son una actividad colectiva que implica lavar y tocar el cadáver.”

La incineración no es parte de la cultura Liberiana y por tanto resulta terriblemente duro para sus habitantes ver a sus seres queridos ser llevados en bolsas y quemados.

Incluso los supervivientes se enfrentan a un futuro incierto, ya que son estigmatizados y condenados al ostracismo.  Muchos encuentran consuelo en ayudar a cuidar a los enfermos, pues son inmunes al virus y son prueba viviente y palpable de que es posible sobrevivir.

En un momento en que Bob Geldof relanza su campaña solidaria navideña con la ya famosa canción ‘’Do They Know it’s Christmas’’ quizás vale la pena reflexionar sobre el hecho de que los afectados necesitan algo más que compasión y apoyo financiero a corto plazo (aunque cualquier donación es bienvenida, por supuesto). El virus no es el verdadero problema, sino que han sido precisamente la pobreza y carencias en África las que han puesto el caldo de cultivo para su eclosión. Mientras las empresas mineras extraen los recursos naturales de Liberia, sus gentes son abandonadas velando a sus muertos y aquellos que sobreviven se enfrentan a un futuro incierto.

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